Nada más aterrizar en La Habana percibo que el tiempo, esa variable humana que nos provoca estrés en gran parte del planeta, es irrelevante. Deja de existir en ese mismo instante y en todos los sentidos, para bien y para mal. Las colas para la burocracia aduanera parecen congelarse a pesar de la temperatura y, posteriormente, ya saldrá el equipaje cuando lo haga. ¿Qué prisa hay?
Si el viajero tiene una imagen preconcebida del Caribe, y muy especialmente de su paisaje, será mejor que se desprenda de ella cuanto antes salvo que se afinque inmediatamente en algún resort característico de los Cayos de la costa Este pero vivirá una experiencia cautiva absolutamente alejada de la realidad del país. Por lo contrario, si decide alquilarse un «carro» entonces descubrirá el país por dentro, vivirá sus contradicciones, sus pros y sus contras y se empapará de caracter cubano hasta la médula. Hágalo sin pensárselo dos veces, solo se vive una vez y la experiencia merece la pena con creces. Sin embargo ir a nuestro aire por el país tiene un sobreprecio enorme con respecto al turismo de pulsera «todo incluído» de los complejos hoteleros de más de mil habitaciones, en ciertos casos, que nos puede hacer creer que estamos en uno de los países más caros del mundo. Guiñe los ojos cuanto quiera, el que avisa no es traidor.
Mi recorrido me llevó desde La Habana hasta Santiago de Cuba por la Costa Oeste y después de nuevo a la capital recorriendo la Costa Este cubriendo prácticamente todo el país en tres semanas; un programa apretado pero viable como así fue en la práctica. Antes de partir pensaba que toda Cuba estaría rodeada de aguas cristalinas en entornos paradisiacos y privilegiados, imagen por defecto de los folletos de los tour-operadores. Haberlos haylos pero son más la excepción que la regla aunque, cuando se encuentran, incluso superan las expectativas. Sin lugar a dudas el lugar más virgen, exhuberante e impactante se encuentra en el sureste del país, en la provincia de Guantánamo. Cristóbal Colón llega a Baracoa el martes 27 de noviembre de 1492 y, según rezan las crónicas de la época, se enamora del lugar. 520 años después sufrí el mismo embrujo. Instantáneamente teletransportado por la memoria, creo estar en Vietnam hasta que, Alejandro Hartmann, historiador de la ciudad y anfitrión apasionado del lugar, me despierta de mi estado contemplativo. Sin lugar a dudas, Baracoa y sus alrededores (destacando Bahía de Mata, Duaba y Yumurí) gozan de un entorno envidiable, el más impactante y recomendable de la isla con permiso de los Cayos.
Desde Viñales hasta Santiago de Cuba pasando por la inolvidable y entrañable Trinidad, la ciudad colonial más bonita y mejor conservada del país, de obligada visita (tampoco olvide visitar la Canchánchara y tomarse máximo dos si no quiere lamentarlo al día siguiente), y remontando la costa Este hasta Varadero uno no deja de pensar en La Habana. Quizás más que en cualquier otro sitio, posiblemente algo sicológico más que un hecho cierto, la humedad se pega a la piel a través de la ropa nada más empezar a deambular por sus calles. La mejor experiencia consiste simplemente en hacerse una lista de lo que uno quiere visitar y luego dejarse llevar al tun-tun, sin un orden prestablecido, huyendo de las recomendaciones programadas de las guías. Aquí, más que en cualquier otro sitio del mundo, el orden de factores, no… importa en absoluto. Sus calles rebosan de vida en un orden desordenado que no terminamos de asimilar pero que nos embriaga paso a paso. Jugar a perderse es una buena opción y los habaneros son mucho más amigables, eficientes y simpáticos que los navegadores GPS que, por cierto, están oficialmente prohibidos en Cuba. Deambule, deambule y deambule. Pasee al atardecer por el Malecón y descubra uno de los lugares más frecuentados por sus habitantes. Ejerza de turista sin complejos subiendo a un descapotable norteamericano de los años 50 en un sorprendente estado de conservación y déjese llevar lentamente por calles y rincones. Recuerde que La Habana vieja solo es una parte de La Habana, no se limite a ella, descubra el Vedado, Centro Habana, atraviese el Callejón de Hamel y cuanto se le ocurra pero, por encima de todo, vaya por la noche a «La bodeguita del medio», por muy tópico que le parezca y por mucho que le cuesten los mojitos o el ron, y disfrute de la mejor y más espontánea música del país en un entorno singular e irrepetible.
Sería injusto, por otro lado, no hablar de Guamá, un complejo hotelero formado por pequeños islotes conectados por puentes de madera que hacen las delicias del viajero, al borde del Parque Nacional de la Ciénaga de Zapata, en la Laguna del Tesoro, famoso por sus cococrilos. Será un lugar diferente para pasar una o dos noches en unas cabañas situadas en un entorno idílico, un remanso de paz en medio de la naturaleza. Y un poco más hacia el Sur ¿cómo no ir hasta Bahía de Cochinos? Desde Playa Larga hasta Playa Girón en época de lluvias sembradas de cangrejos que mueren intentando cruzar la carretera, que acaba tintada de rojo, y conecta el monte con el mar. Imposible no atropellarlos a miles e imposible salir ilesos del intento puesto que sus pinzas acaban perforando los neumáticos más preparados. Al final de la travesía la visita al «ponchero», especialista en arreglar neumáticos, está garantizada. Los turistas debemos estar preparados por pagar unos 10 CUC para salir de esa situación. Por cierto, dicho sea de paso, «cochinos» nada tiene que ver con los cerdos y menos pretende ser peyorativo con nadie por si se llega a pensar que el intento de invasión de Cuba en abril de 1961 por parte de EEUU a través de esta bahía guarda relación. El cochino es simplemente el nombre popular de un pez comestible conocido también como ballesta reina o «balistes vetula».
Podría seguir hablando de Cienfuegos, de Camagüey, de Holguín (famosa por ser la productora de toda la cerveza cubana), de Moa (con sus reservas de niquel que todo lo tiñe), del Parque Nacional Alejandro de Humboldt, de Guardalavaca, de Cayo Coco, de Cayo Guillermo y de su famosísima Playa Pilar (considerada por los expertos como la mejor playa de todo el Caribe) cuya arena blanca es tan fina que al soltarla se escapa entre los dedos y el viento se la lleva sin tocar el suelo, de la archi-conocida Varadero (con su fantástica ‘Mansión Xanadú’ que contrasta con todos los monstruosos hospedajes de la zona) y un largo etcétera pero no lo haré porque me olvidaré de todos esos pueblecitos atravesados, de esos lugares sin nombre, de esas carreteras rotas a «huecos» sin señalización de ningún tipo, de las consignas y grandiosas frases del socialismo más reivindicativo propio de otra época que bordean demasiados kilómetros del camino para recordar a sus patriotas que siguen en una lucha inexistente de la cual saldrán victoriosos y de tantas y tantas otras cosas que deseo que el viajero descubra por si mismo…
De todas formas los cubanos son los que hacen que uno quiera Cuba y el falso socialismo que la rige lo que nos puede impulsivamente hacer que la odiemos. Gente maravillosa, dialogante, dispuesta a ayudar a todo el que se lo pida, paciente hasta la saciedad, resignada y hasta inocente respecto a su realidad ¿cómo no querer a los cubanos? ¿Cómo no pensar, por odiosa comparación, que seguimos siendo unos privilegiados en nuestro día a día, por muy mal que estemos en plena crisis? La gente ya muestra signos evidentes de hartazgo castrista, algo que algunos confiesan bajando la voz tras comprobar que no hay policía cerca. Lo cierto es que, aunque Raúl haya aflojado algo la soga, la población sigue, en buena parte, sobreviviendo día tras día. El salario medio estancado entre los 15 y los 30 CUC en el mejor de los casos (peso cubano convertible a no confundir con el CUP o peso cubano nacional, 25 veces más barato) no da para mucho. Puesto que la artificial paridad del CUC con respecto al dólar norteamericano es de 1:1 nos podemos hacer una idea de los malabares que deben hacer para vivir en esas condiciones sobre todo teniendo en cuenta que los precios en la calle son incluso superiores a los que tenemos en cualquier país del Sur de Europa. «¿Crisis?», exclamaba un cubano al hablar de la actual situación de España, «nosotros os llevamos 54 años de ventaja y lo llamamos pobreza». No le faltaba razón. ¿Cuál será el destino de la Cuba post-castrista? Solo se me ocurre un periodo de transición que se intente controlar pero no se le pueden poner puertas al campo indefinidamente. Quizás, siguiendo el principio de la Navaja de Ockham y muy a pesar de lo que algunos quieren, acabe siendo un estado libre asociado a EEUU, el siguiente Puerto Rico. Vivir para ver.
Ciertamente está la Cuba para el turista y la Cuba para el cubano. Es posible pagar 1 CUC donde ellos pagan 1 CUP pero también es cierto, por poner unos ejemplos, que el precio de la leche es prohibitivo para un cubano y el aceite de oliva mejor ni comentarlo: escaso, de muy baja calidad y a precio de Rioja. También es fácil toparse con esas tiendas en las que los cubanos compran productos básicos siempre y cuando sus cartillas de racionamiento se lo permitan y tengan dinero suficiente para pagar. Por si todo esto fuera poco, cuesta entender que los cubanos no puedan comprar ternera, a ningún precio, y solo puedan optar al pollo o al cerdo. Es complejo entender lo incomprensible y lo inimaginable pero la realidad supera la ficción.
Sabía antes de intentar escribir este artículo que sería uno de los peores que jamás he escrito porque no sabía ni cómo empezarlo ni como acabarlo. Intuía que iba a ser caótico pero en el fondo me alegro porque Cuba también lo es. Sería absurdo intentar estructurar un lugar que no se deja. Este país es una experiencia abrumadora, una tremenda mezcla de calor, sudor, humedad, música, cánticos, bailes, olores, sensaciones, indigencia, locura, incongruencias, contradicciones, barbaridades, injusticias, razas,… Una recomendación, sobre todo si piensa visitarlo, sería ver la fantástica película de animación «Chico y Rita», de Fernando Trueba y Javier Mariscal que muestra magistralmente los encantos de La Habana y el sentir cubano.
Abandónese al país en el cual el tiempo se detuvo y no parece querer ponerse al día.