Angkor: cuenta atrás para unas ruinas únicas en el mundo.

21 12 2010

Ta Prohm

La belleza de Angkor, ese mágico lugar cuna de leyendas de Oriente, no deja indiferente a nadie pero, a pesar de su esplendor, nunca lo tuvo fácil. Habitado desde el siglo I por pueblos pequeños su época dorada comienza en el año 802 hasta que en 1432 es abandonado a favor de la actual capital Phnom Penh. Con la llegada de los Khmer rojos en 1975, tanto los monasterios como las estatuas budistas, manuscritos y otros objetos de culto son destruídos a lo largo y ancho del país. Posteriormente, a partir de los años 80, este fantástico Patrimonio de La Humanidad sufre un peligro sin precedentes. La pobreza camboyana unida a la abundancia de armas, una autoridad militar en pleno crecimiento y una inseguridad generalizada fomentan una red internacional de tráfico focalizada en objetos de arte. Con la apertura política y económica del país en 1989 se empiezan a adoptar enérgicas medidas de protección pero esa liberalización también termina por incrementar el lucrativo tráfico ilegal de arte y la tala indiscriminada de árboles en Siem Reap. A pesar de las contundentes medidas adoptadas, vigilancia ininterrumpida de guardias armados incluida, no se consigue impedir los robos. Finalmente la respuesta gubernamental se decanta por desplazar un centenar de piezas de gran valor y relevancia al Museo Nacional de Phnom Penh donde siguen residiendo en la actualidad.

Gracias a los satélites de la NASA los investigadores descubrieron más de 70 nuevos templos, más de mil charcas artificiales y complejos sistemas de irrigación que siguen maravillando a expertos, neófitos y curiosos. El conjunto reveló ser tres veces más grande de lo que se había supuesto durante años. La enigmática caída de Angkor podría haberse debido, de acuerdo con los últimos estudios científicos llevados a cabo, a una sequía prolongada durante décadas puntualmente interrumpida por monzones entre los siglos XIV y XV. Angkor, una ciudad que siempre ha dependido vitalmente del agua, experimentó, de mediados a finales del siglo XIV, unas condiciones persistentemente secas que abarcaron décadas, seguidas por varios años de condiciones severamente húmedas, que causaron daños muy graves a las infraestructuras de la ciudad. Después, una sequía más breve pero más acentuada, a principios del siglo XV, pudo ser la gota que colmó el vaso, superando lo máximo que este complejo urbano podía resistir.

Hoy en día ya solo se puede admirar la ruina de las ruinas de Angkor pero no defrauda, sino todo lo contrario, estimula. Independientemente de nuestra edad, nos sentiremos irremediablemente Lara Croft o Indiana Jones durante nuestra visita. La simple evocación del nombre de Angkor despierta los sentidos. La imaginación se lanza a volar sobre una vegetación ávida de piedras que no respeta ni la majestuosidad ni el poder del complejo adormilado. Los árboles lo devoran y estrangulan todo inexorablemente como si de unos parásitos extraterrestres se tratara. El deterioro de una de las cumbres de la arquitectura mundial es más evidente que nunca a pesar de los esfuerzos de restauración y conservación. Estamos ante, posiblemente, el mayor desafío al que se ha enfrentado jamás Angkor desde su creación: dos millones de turistas anuales. Morir de éxito es el peligro más inminente pero si lo unimos a la humedad constante, al calor y a su impacto combinado puede que estemos asistiendo al principio del fin de una de las maravillas del mundo que nunca llegó a ser oficialmente. Sería poco afortunado calcular cuanto tiempo subsistirá esta ciudad flotante al paso del tiempo pero, si sientes la llamada, no la demores en tu calendario. Recuerda visitarlo al amanecer y al atardecer, con respeto; no seas cómplice de su deterioro. Llévate su magia a tu regreso pero que no se note que has estado en el paraíso perdido.